3. Declaración MPG

“Luchar es, en cierta manera, sinónimo de vivir”, dice Raúl Scalabrini Ortiz. “El que no lucha se estanca, como el agua. El que se estanca, se pudre”.

Misión Patria Grande surge como rechazo al estancamiento y la podredumbre que hoy significan la politiquería, el oficialismo a ultranza (hasta en los errores), la oposición también a ultranza a lo que sea (incluyendo los aciertos), las alianzas coyunturales, los arreglos bajo la mesa, los pactos contra natura, los cambios de camiseta, la corrupción y los negociados.

No aspiramos a lo pequeño, lo inferior, lo efímero. Aspiramos a lo grande, lo superior, lo duradero. A todo lo que va más allá de un nombramiento municipal, una banca provincial, una representación nacional o un puesto en alguna dependencia oficial.

No queremos aletear como gallinas. Queremos volar como cóndores. Y desde la altura, el suelo o el subsuelo no debemos ver a la Patria solamente con el ojo izquierdo o el ojo derecho, porque eso es ver de reojo. Nosotros debemos mirar a la Patria de frente y a sus enemigos cara a cara,  como se mira cuando uno está en lucha.

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Misión Patria Grande lucha por una nueva política, una nueva economía y un nuevo Estado. Por una cultura de masas, una sociedad mejor, un pueblo feliz. Por ancianos con seguridad, hombres y mujeres con ocupación, adolescentes con futuro y niños con privilegios. Por la construcción de una Nación grande, libre y altiva.

Una nación no se construye si no controla el petróleo, el gas, los minerales, la electricidad y el agua.  Son recursos naturales estratégicos y no deben estar en manos de empresas extranjeras. Lo mismo se aplica al comercio, la banca y los servicios públicos. Y ese conjunto debe representar los legítimos intereses de los ciudadanos que configuran a la Nación.

Todo ciudadano tiene derecho a un trabajo, un salario y un hogar dignos, además de acceso a la educación y la salud. Estos derechos deben ser extensivos a  nuestros hermanos suramericanos que asuman sus deberes cívicos y estén dispuestos a construir una Patria Grande.

Desde el siglo  diecinueve América del Sur está balcanizada por obra de potencias extranjeras que establecieron límites geográficos donde antes convivían compatriotas. Pero hoy se vislumbra que es posible volver a hermanarnos en aquella originaria unidad de destino continental que no existe en ninguna otra parte del mundo.

En estas circunstancias favorables, cualquier intento de separatismo inducido o autonomía forzada que atente contra esa unidad debe ser rechazado por todos los medios.

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Manuel Ugarte nos enseñó a principios del siglo pasado que los países que componen la Patria Grande no están enfrentados por ningún motivo permanente e irresoluble, sino coyuntural y negociable. Entre las dos naciones iberoamericanas más opuestas hay menos diferencias y menor hostilidad que entre dos de las llamadas “comunidades autónomas” de España o dos estados federados de Austria. Los habitantes de Salta, Jujuy y Tucumán tienen muchas menos desigualdades con bolivianos, peruanos y ecuatorianos que las que existen entre un alemán y un francés o un sueco y un italiano, todos integrantes de la Unión Europea.

Las disputas, cuando las hay, se dan entre gobiernos y por viejos reclamos territoriales o limítrofes. Y estos litigios perderán sentido cuando se entienda cuál es el objetivo superior y la meta definitiva: la construcción de la Unión de Naciones Suramericanas.

El único reclamo territorial irrenunciable es el de nuestras Islas Malvinas. Y este reclamo va mucho más allá de cualquier gestión oficial, oficiosa o de algunos círculos académicos que están en Buenos Aires pero parecen ubicados en las inmediaciones de Londres. Renunciar al Archipiélago Sur es renunciar a nuestra soberanía.

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La garantía de nuestra soberanía está en las Fuerzas Armadas. Pero no en cualquier Fuerza Armada. No puede haber pueblo sin Ejército, ni Ejército sin pueblo porque uno y otro se nutren. El Ejército debe ser el pueblo en armas.

El pueblo en armas constituye la inmensa tropa que protege nuestros recursos naturales, nuestro espacio en tierra, aire y mar. La tropa –por definición– es popular, pero sus oficiales también deben serlo. Así fue en las Invasiones Inglesas y en la Guerra de Independencia. En la mitad del siglo pasado, en tiempos de paz y  desarrollo económico, se destacaron oficiales comprometidos con la industria, la metalurgia, el petróleo y la exploración antártica. En esa época, el pueblo y las Fuerzas Armadas marchaban juntos. Hoy debemos impulsar y recrear ese vínculo.

Es totalmente contrario a la naturaleza de un ejército nacional estar al servicio de una dictadura, los intereses de una minoría, las orientaciones de una potencia extranjera o las misiones militares en el exterior bajo el mando de estados mayores foráneos.

Los antiguos creían en el monje-guerrero. Nosotros creemos en el ciudadano-soldado.

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En el Libro de Job se lee: “Milicia es la vida del hombre sobre la tierra”. Y también: “Todos los días de mi milicia esperaré hasta que llegue mi relevo”.

Milicia viene del latín miles, que  en singular quiere decir “soldado”. En plural se dice milite. Y de ahí deriva militante, que significa “uno en mil”.

Volver a la militancia, recuperar la política, influir en la opinión pública, imponer un modelo ético y un estilo épico es, en síntesis, lo que proponemos a los compañeros. Todos tienen un puesto de combate en esta Misión.

Buenos Aires, 24 de noviembre de 2009

Misión Patria Grande

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